domingo, 6 de octubre de 2013

DIECIOCHO

   Llegarán momentos difíciles, llegarán momentos tortuosos... pero es lo que tiene dejar de ser un niño... Ganarás muchas otras cosas, y sentirás que tu vida comienza en este momento. Tu libertad será ahora tu billete al viaje que comienzas hoy. Nunca te arrepientas de lo que hagas. Todo lo que hagas a partir de ahora, será importante, y los fracasos no serán más que una nueva forma de aprender y afrontar la vida para que en el futuro recuerdes aquella experiencia que tuviste... Mucha suerte a partir de ahora... Bienvenido de nuevo a la vida.

jueves, 3 de octubre de 2013

HOTEL KIMERA - III LA SEXTA PLANTA



   El padrino se levantó de su exclusivo asiento y comenzó a dar vueltas sin destino fijo, contemplando a sus expectantes súbditos, durante varios e interminables minutos, que se encontraban alrededor de la mesa ovalada de madera oscura.

   Cogió la carpeta y sacó uno de los papeles de ella. Parecía una lista de algo. Volvió a dejar la carpeta encima de la mesa haciendo el mayor ruido posible. Más de uno se sobresaltó ante el golpetazo que sonó. Al fin, el padrino, habló:

   —Bien. Empezaremos la reunión tomando nota de los asistentes, aunque ya sé que han asistido todos los solicitados. Gracias por ello. Por favor, vayan levantándose según les vaya nombrando. No se preocupen, sólo es una acción rutinaria. —Comenzó a leer el papel con la lista. No necesitaba gafas para ello— Thomas Harvey, —el aludido se levantó un instante y el resto le imitó a medida que eran nombrados— Ignatius Railway, Borgia Calitri, Martin Michael, Rufus Case, Roger Boudembourg, Franchessco Pirelli, Brian O’Sullivan, Arthur Ellroy, Tanner Millers, —levanté el brazo ya que ya estaba de pie— Ludwig Hinkel, Desmond Martin, Sean McAston, Nicholas Dubois, James Ford, Lukas Corrigan, Trent Ashley, John Ditter, David Calosso y Brad Honey.

   Todos ellos estaban vestidos de “uniforme”, expectantes y atentos a todos y cada uno de los movimientos y gestos que efectuaba el padrino. Pasados todos lista como si fuéramos estudiantes, ahora era cuando la cosa se ponía tensa y emocionante, aunque no para bien, y ahora era cuando comenzaban los fuegos artificiales.

   El padrino no era desconocido por nadie (si no, qué poco sentido de Familia habría) pero ahora todo el mundo le veían como un extraño del cual dependíamos todos.

   —Bien, caballeros, pónganse cómodos…—me separé de Arthur y me apoyé en la pared, justo al lado de una enorme ventana tapada con una de esas cortinillas de tiras de chapilla azul oscuro. No se podía ver la calle porque las tiras estaban cerradas. El padrino continuó hablando. Su voz no era áspera, ni se le notaba ningún nerviosismo. —Pónganse cómodos porque lo que voy a tratar en esta importantísima reunión es primordial para toda la Familia, y por tanto, para todos nosotros. Pero antes —cambió de tono de voz —quiero tratar otro tema primordial que afecta a la Familia. Esta noche ha sido violado el principio del respeto y la confianza de nuestra Familia. —colocó la palma de la mano derecha sobre el pañuelo blanco de encima de la mesa. La otra mano la metió en el bolsillo. Arthur hizo como que prestaba más atención. Su piel blanca cogió color durante un segundo. Yo ya sabía qué había debajo de ese pañuelo. Estaba seguro. —Mi camarada, Ellroy, ha sido atacado miserablemente por uno de los ocupantes del hotel. Y les aseguro que no se trata de nadie del servicio, no. Tampoco se trata de ninguno de mis… guardias —hizo un énfasis en esa palabra. —. Lo sé porque ninguno de ellos usa una Walther PPK. Uno de ustedes ha sido quien le ha atacado. —esperó nuestra reacción. Luego prosiguió —Es imposible que haya sido él mismo. Sería absurdo. A menos que supiera que no sospecharíamos de él aunque lo hiciera. Pero entonces nosotros podríamos pensar que él haría eso y por tanto no lo haría. Pero él podría pensar que nosotros pensaríamos que él podría pensar que no lo haría, y por eso lo podría hacer y nosotros pensando que no lo haría. —todos nos miramos entre nosotros al escuchar el retorcido y poco coherente pero lógico discurso. Prosiguió. —Conozco a Arthur Ellroy lo suficiente como para saber que sería demasiado inteligente para plantear un dilema tan absurdo como ese. Pero ahora no nos dispersemos. —Desenvolvió lo que había oculto bajo el pañuelo y descubrió la pequeña Walther plateada. Tenía una abolladura pequeña en la empuñadura. El padrino la sopesó haciéndola botar encima de su manaza llena de arrugas. —Es una buena arma. Lástima que ahora no funcione, ya que no encaja el cargador como debería —lo demostró intentando desencajar el cargador de la empuñadura, pero en vano— Un certero disparo de nuestro camarada Millers pudo evitar el atentado. —mostró la abolladura del arma al resto mientras me aplaudían. Yo me ruboricé. Brian O’ Sullivan era el único que no aplaudía. Antes bien, crujió lo nudillos. El padrino observó el arma con detenimiento. Todos callaron cuando empezó a hablar. —Da la casualidad de que sólo una persona que conozca usa esta arma: modelo Walther PPK, ligera y eficaz, aunque posiblemente desaprovechada. Sólo el gobierno usa esta arma. El gobierno y… —todos nos tensamos. Se descubriría quién era el causante del atentado. Pero… ¿Y si no lo era y disparaba a otro? La vida de nosotros estaba a una palabra del padrino. ¿Y si se había creído que en verdad Arthur había ideado el engaño del atentado? No podría soportarlo. Estaba dispuesto a interponerme. Aunque pareciera impropio de mí, le quería lo suficiente. Tensé los músculos de las piernas desde mi ventana preparado para el salto. Arthur parecía tener la misma idea. Tal vez había metido demasiado el hocico en el asunto. Noté que casi clavaba las uñas en el borde del sillón. Estaba muy tenso. El padrino acabó la frase ante la espera de todos. —Brian O’ Sullivan. —el aludido tuvo el valor de salir corriendo. Dos disparos demasiado potentes me hicieron cerrar los ojos hacia otro lado. Cuando los abrí me horroricé ante la escena, pero me mantuve sereno. Un charco de sangre pringaba el suelo de mármol azul, dejando un leve resplandor morado en el pegajoso líquido. Brian O’ Sullivan yacía en el suelo, inerte, con la mirada de terror bloqueada en sus ojos, que miraban vacíos directamente hacia mí. Eso me hizo sentir culpable, ya que yo, en parte, había sido el causante de este hecho. Eso era lo que más detestaba de la Familia. Todo se resolvía con una palabra llena de sangre.

   Arthur me dirigió una mirada de gravedad. Me hizo una seña de que no me preocupara. Suponía que eso debería de ser así. Lo dejé estar.

   Noté que un hilillo de sangre caía desde mi nariz. Lo solucioné con un pañuelo de tela que tenía en el bolsillo interior.

   El padrino intentó excusarse, sin éxito para mí, del terrible acto que acabábamos de presenciar. A veces resultaba duro ver la muerte de tu propio enemigo. Cuando se queda uno a pensarlo saca conclusiones espeluznantes sobre la muerte. La muerte es como un vacío. Imaginarse que con un simple disparo o con una simple decisión de alguien, pueda acabarse la vida. Piensas en la muerte y de repente tu mente se queda negra. Imaginarse la nada, pero la nada de verdad. Se acaba y se acaba. Punto. Hay nada al otro lado. Vives y de repente ya no. Es impresionante. Es fascinante. Es horrible. Pensar en nada. Vivir en nada.

   —Lamento mucho que hayan tenido que presenciar este lamentable suceso. Pero así son las cosas. A veces hay que cumplir ciertas normas que no convienen desacatar o ignorar. —guardó un desproporcionado revólver que humeaba en un cajón oculto a la vista debajo de la mesa.

   Nadie se atrevía a mirar a nadie. Sólo estábamos atentos a los movimientos del padrino, como si fuera nuestro führer, “él manda, nosotros obedecemos”. El padrino se sentó en su trono y encendió una pipa que se sacó del bolsillo. Todos nos embriagamos al olisquear el humeante ambiente que se creó en un segundo.

   —Caballeros. Les he convocado aquí para comunicarles un asunto personal, aunque les influya directamente a ustedes. Verán… fundé esta Familia allá por el 49. Son ya muchos los años y las penurias que he pasado a lo largo de ese tiempo. Pero nunca me arrepentiré de ello. Jamás. Esta Familia es más familia mía que mi propia familia. Bueno… ahora no les quiero aburrir expresándoles mis desgastados sentimientos. —se rió sin ganas— Les comunico que llevo bastante tiempo planteándome un problema que tarde o temprano tendría que revelar. Me di cuenta de que me empezaba a hacer viejo. Ya no soy lo que era en mis tiempos de gloria. Eso es agua muy pasada.

   »El caso es que me preocupaba la idea de, algún día, tuviera que dejar la Familia por motivos de vejez. Creo que ese día ya ha llegado. Sí, señores. Dejo la Familia —todos abrimos los ojos, incrédulos. —Lo siento, pero creo que ya he dado lo suficiente por esta Familia. Me gustaría asentarme de una vez y disfrutar de lo que me queda. —Sus ojos cogieron un brillo soñador —Pero no crean que pienso dejar esto así por las buenas, tal y como quede… ¡No!— cogió un tono potente que hasta parecía enojado. —No pienso dejar a la Familia a su suerte. Pienso en un heredero, alguien que me suceda, alguien que se merezca este puesto, alguien que sea digno de él. ¡Por eso precisamente les he convocado, caray! —hablaba como si todavía no nos hubiéramos dado cuenta qué narices nos estaba contando. —Necesito… necesitan —corrigió— un padrino adecuado. Y uno de ustedes gozará del privilegio de serlo. Sus futuros se encuentran en esta sala de la sexta planta del Hotel Kimera. —hizo una pausa larga en la que todos nos estuvimos mirando, impacientes e intrigados. Yo seguía apoyado contra la pared, atento a todo movimiento, apretándome la nariz sangrante con el pañuelo. El padrino nos mantenía sobrecogidos. Nadie decía nada. Dudaba que alguien respirara. El padrino llegaba a ser como Adolf Hitler antes de empezar a plantear su discurso. Mantenía a la muchedumbre atenta durante horas hasta que empezaba a hablar.

   Ante la expectación de todos, el padrino se levantó y mientras se rascaba el mentón con una mano mientras mantenía la otra en el bolsillo, habló de forma pausada, como quien no quiere la cosa:

   —Sepan… que sus vehículos han sido retirados de su aparcamiento para ser llevados a otro lugar y que sus armas iban en el lote.

   Todos pegamos un bote en nuestras sillas. Definitivamente yo empezaba a marearme y a ver borroso. Un sentimiento pesado en el estómago me obligó a mirar por la ventana cuando Arthur se volvió hacia mí y me miró esperando una respuesta. Yo separé dos de las tiras de la cortina con dos de mis dedos y miré al aparcamiento, seis pisos más abajo. Comencé a sangrar por la nariz, esta vez a chorro, por la preocupación, que intenté ocultar otra vez con el pañuelo de mi bolsillo. Miré a Arthur y vi que se quedaba más pálido aún de lo que ya estaba. ¡Sí, los coches han desaparecido! ¡Todos! No quedaba ni uno. Tampoco habríamos debido ser tan considerados al entregar nuestras armas. Analicé nuestra situación desesperada en un segundo. Sólo habían dos armas en aquella sala: una que no funcionaba y otra que estaba bajo la custodia del padrino.

   —No se alarmen, caballeros, y escuchen con atención. La situación es sencilla —se apoyó sobre las dos manos sobre la mesa sin sentarse —. Dejo mi puesto de padrino al mejor de todos. Sepan que han estado a prueba durante toda su estancia en este lugar. He puesto cámaras en cada rincón y me alegra que hayan sabido actuar frente a ellas. Se dieron cuenta de ello. Me encuentro muy satisfecho ante eso. Luego, puse veneno en todas las bebidas que se sirvieron. Estoy asombrado de que todos hayan superado esa prueba. Desconozco quién ha sido capaz de fabricar un contraveneno tan eficaz. Y eso ocultándolo a las cámaras. Caballeros, estoy impresionado. —Yo no sabía si me daban ganas de reír o de clavarle una barra de hierro oxidada entre ceja y ceja. Consideraba a esto un juego. Un juego para él. Me crujieron los nudillos cuando los apreté en un puño. Podría explotar, pero seguí escuchándole. —Me ha impresionado lo eficaces que son ustedes en grupo: la eficacia de Millers, la inteligencia de Ellroy, el conocimiento de Pirelli… Todos en conjunto son unas mentes brillantes. Pero yo me pregunto… —esperó nuestra reacción— ¿cómo son ustedes por separado? —no pude evitar levantar una ceja. Me empezaba a preocupar de verdad. Desconocía qué podía pasar por la mente de aquel docto hombre. Desconocía lo retorcido que podría llegar a ser. —Escuchen con atención. Les voy a someter a la prueba final. La prueba decisiva. En ella se averiguará quién será el nuevo padrino y dirigente de esta Familia. —Esperó— Por favor, no me tomen como a un tirano. Les aseguro que no lo haría si no fuera necesario. Verán. Es muy fácil. Se puede resumir en breves condiciones: Sin normas. El primero que abandone Nevada será el ganador.

   »Claro está que la cosa no será fácil. He contratado a esos “caballeros” de ahí afuera para que cumplan una misión: no dejar supervivientes. —todo el mundo montó en cólera. Algunos se levantaron del asiento para abalanzarse al cuello del padrino, aunque éste fuera my respetado por todos. Pero antes de que ocurriera nada, los matones del padrino irrumpieron en la sala y dominaron a los sublevados. El padrino ni se inmutó, pero alzó el tono de voz a casi colérico— Tienen media hora para prepararse. La cacería comenzará partiendo desde el restaurante. Irán por grupos. El primero saldrá media hora antes que el segundo. Luego sus vidas dependen de ustedes: quedarse y reducir las probabilidades de vivir a cero o huir de Nevada, sobrevivir y convertirse en padrino. Ustedes deciden. El que salga de Nevada deberá reunirse conmigo en el Motel Carson Ville, a veinte kilómetros del condado por la interestatal 48. —con la mirada clavada en Arthur, salió a paso ligero de la sala. Todos nos mirábamos furiosos. Todos pensábamos lo mismo respecto al hombre que acababa de salir con ridícula elegancia. Ahora sí que era un extraño para todos.

   Fuimos traicionados por nuestro propio mesías, aunque de “mesías”, poco y de traición, todo. Con que no lo haría si no fuera necesario… Que yo supiera, no le veía necesidad a morir.

   Ser padrino de una mafia ahora no era para nosotros reclamo si lo comparábamos con la idea de perecer en el intento, pero como decía el padrino; quedarse y morir o huir, vivir y convertirse en el dirigente de la Familia más fuerte de todas. Yo no miraba más allá de lo que veía; quedarse y morir o huir y muy posiblemente morir. Ninguna de las dos ideas me entusiasmaba. Yo no quería ya ser padrino de nada. No cuando habían vidas de por medio. Bien sabía que el resto ni se dignarían a ir a por el “trofeo” (sobrevivir a la muerte y convertirse en el tipo que ahora más odiábamos). La mayoría huiría sin más. Era un riesgo innecesario. Una carrera absurda.


   Yo ya había tomado una decisión incluso antes de salir de aquella sala en la que se había tornado nuestro nefasto destino. Yo no sería uno de los que huiría ni dejaría que el riesgo de morir fuera en vano. No. Si sobreviviera, iría a ver al padrino, pero no para reclamar el trofeo, sino para acabar definitivamente con lo que él no valoraba en nosotros, pero que apreciaba en sí mismo: su vida.

lunes, 23 de septiembre de 2013

BOOK FOTOGRÁFICO

   En esta entrada presento uno de los trabajos que hice para finalizar mis estudios en León y por el que me siento bastante orgulloso. Así, al menos, puedo decir que sigo enseñando cosas mientras preparo la entrada de "Memorias II", continuación de la primera. Cada foto es una de las páginas que comprende un cuadernillo que supuso mi trabajo final con Adobe Photoshop. Cada página está explicada a grandes rasgos. Sólo espero que guste mi trabajo, ya que a él me entrego.


















HOTEL KIMERA II - CONFIANZA Y RESPETO

      Arthur iba ganando todas las manos. Había seis jugadores en total y se arriesgaban ya más de trescientos dólares. La cosa se ponía tensa y yo ganaba tanto como perdía. No me podía quejar. La apuesta iba ascendiendo, cada vez más y más. Llegamos a la sustanciosa apuesta de quince mil dólares y me retiré habiendo ganado cinco mil dólares y perdido quinientos. Me guardé el dinero en el bolsillo interior de la americana después de haber cambiado las fichas. Volví a la mesa para contemplar la impresionante calma que Arthur guardaba ante sus oponentes, a pesar de que nunca fue un tipo de mucha relajación. Él seguía ganando y ganando y la apuesta seguía subiendo y subiendo. Se apostaban veinticinco mil dólares. Yo no sabía si alucinaba o estaba a punto de perder la compostura. Sólo la apuesta era todo el dinero del viaje de Arthur y mío juntos, pero él no se retiró aún. Tenía ganados veintisiete mil dólares. Arriesgó con todo y no salió bien, así que se levantó de la mesa malhumorado y despotricando contra todo lo que se meneaba. Se dirigió a la barra del restaurante y yo le seguí. Tomó una copa, asegurándose de que no estaba también envenenada. Cuando me puse a su lado no me dio tiempo ni a saludar.


—Déjame las llaves del coche. —me pidió decidido mientras extendía una mano sin siquiera mirarme.

—¿Para qué? —pregunté mientras se las daba sin saber sus intenciones.

—Voy a ganar —Me arrebató las llaves y salió casi corriendo hacia la mesa de póker.

—¡¿Qué?! —le descubrí las intenciones. —¡¿Vas a apostar mi coche?! —desafiné al expresar mi oposición hacia esa intención, pero Arthur ya ni me oía. Casi me entraron ganas de llorar al comprobar cómo se acercaba a la mesa y ponía las llaves en la zona de apuestas. No quise saber más, volví a la barra y me dediqué a beber demasiado.

—Apuesto un Alfa Romeo Spider para última ronda. —dijo Arthur con voz potente y decidida al crupier.

—Lo lamento, caballero. Solo se permiten apuestas de fichas del casino. —replicó éste.

—Por favor, haga una excepción —habló un hombre joven y rubio rizoso que se sentaba enfrente del crupier. —Apuesto un Aston Martin V8. —dijo mientras depositaba unas llaves plateadas en la zona de apuestas. Hubo un “OH” prolongado entre la gente que se agolpaba a mirar la partida. El resto de jugadores se tuvieron que retirar esa ronda porque no podían igualar la apuesta. El crupier no tuvo elección y la partida comenzó.

Yo ignoraba lo que estaba pasando en la mesa de juego, pero empezaba a tener la vista borrosa (no sabía si por el alcohol que tenía en las venas o por la horrible idea de perder mi coche favorito y único). Mi coche… era mi coche. Pasada una hora más o menos, yo ya me tambaleaba y sudaba. Me costó reprimir la tentación de acercarme a la mesa, pero no era capaz.

De repente, Brian O’ Sullivan, un tipo de pelo rubio rizado, salió del casino pisando fuerte, malhumorado y con una cara de asco que recordaba a un sapo. Vi salir a Arthur detrás de él con las manos en los bolsillos y una sonrisa deslumbrante en la cara. Se me acercó como si nada y me dio unas llaves plateadas.

—Tienes coche nuevo. —dijo simplemente.

Una vez en la habitación aún no me lo podía creer.

—¡¿Un Aston Martin V8?! No me lo puedo creer… ¿Cómo lo has…? —estaba demasiado eufórico e impresionado por su victoria.

—No confiabas en mí. —se rió complacido por mi expresión. —Sólo hay que saber cuándo y cómo usar tu manga… y tener vigilada la de los demás.

El reloj marcaba las dos y media de la madrugada. Me agencié unos cojines lo suficientemente amplios y los esparcí por el suelo mientras Arthur se instalaba en la cama. Tardé quince minutos en improvisarme aquella cama de cojines hasta que al final apagamos la luz.

Me quedé pensando mientras intentaba mullir los cojines y me ceñía más la manta que me puse por encima. Luego me di cuenta de que no había mirado si habría micrófonos en la habitación. Hice ese comentario en voz alta.

—No hay nada. Ya me he fijado. Sólo había un micrófono en la lámpara de la mesilla. He sacado la lámpara al balcón. —Yo respondí un simple “Ah”— Y ahora duérmete. Pareces un niño pequeño. Nadie diría que eres un delincuente experimentado.

Definitivamente me callé. Tenía razón. Estaba demasiado tenso, era demasiado dependiente, me dejaba llevar demasiado por las emociones, y eso iba en contra de mi personalidad y en contra de mi trabajo. Sin embargo, veía a Arthur como un experto en la indiferencia, experto en ocultar su estado de ánimo, experto en todo. Yo me sentía como un niño con el que se debía estar atento, a quien había que cuidar antes de que se echara a llorar.

Pasada más de media hora y aún me revolvía entre los cojines en busca de la postura correcta. Había deshecho y rehecho mi improvisada cama más de cuatro veces. Arthur me sobresaltó, harto de oír removerme:

—Anda… venga, métete en la puñetera cama pero párate de una puñetera vez. —Titubeé —Venga. No tengo toda la noche. Estamos en confianza.

Le obedecí y me metí en el lado izquierdo de la cama, lo más alejado posible de él. Al apoyar la cabeza sobre la almohada noté algo duro debajo de ella y lo palpé. Se me erizaron los pelos de la nuca. Era el Magnum del cuarenta y cinco de Arthur. ¿Esperaba visita?

—Duérmete de una vez. Es pura precaución. —dijo ya de mal humor, captando mi nerviosismo— Y métete más al centro. Te vas a caer. Parece que me tienes miedo.

Al fin pude dormir más de tres horas seguidas. Pero en mitad de mi sueño, me despertó un chasquido en la puerta de entrada de la habitación. Instintivamente metí la mano debajo de la almohada y la dejé posada encima del revólver de Arthur, preparándome para lo siguiente. Al parecer, Arthur no se había dado cuenta, ya que roncaba, de que alguien estaba en la puerta. Sólo había abierto un resquicio de menos de quince centímetros entre la puerta y el marco, pero era lo suficiente para dejar asomar el cañón silenciado de una Walther PPK y que ahora apuntaba directamente hacia Arthur. Antes de que el sujeto que sujetaba la Walther pudiera reaccionar, saqué el revólver de debajo de la almohada y todo lo siguiente ocurrió en un segundo.

Primero me levanté de la cama como un tiro y luego disparé con el potente Magnum directamente a la pistola que me amenazaba. Después la bala acertó a la mano del individuo el cual dejó caer la pistola y salió corriendo. Cuando la Walther cayó al suelo, disparó una bala, que impactó contra el marco de la puerta, astillándolo por el borde.

Con la respiración entrecortada por el suceso, salí al pasillo, pero el individuo se había evaporado. Algunos de los que dormían en esa planta, incluso Franchessco, se asomó a ver a qué se debía ese alboroto, ya que el Magnum no era muy silencioso que digamos. Cuando volví a la habitación, Arthur se había despertado y tenía su blanca piel erizada completamente. Alucinado y casi sin voz me dijo:

—Gra…cias. De verdad.

—A mandar. —respondí yo como si le salvara a uno la vida todos los días. Aún tenía el humeante Magnum empuñado.

Arthur se puso a mi lado y se agachó para coger la Walther del suelo, que tenía una pequeña abolladura en la empuñadura allí donde había impactado la bala del revólver de Arthur.

—Mañana sabremos quién fue. —dijo casi con suavidad.

Me dio otra vez las gracias sinceramente y nos acostamos sin decir nada más para disfrutar de las últimas tres horas y media de sueño que nos quedaban.

Nos despertamos a la mañana siguiente a eso de las once, fuimos a desayunar y seguimos con nuestra rutina de observación, análisis y cálculo de la situación. En el restaurante sólo había cinco personas además de nosotros desayunando. Todos íbamos de un negro impecable. Destacaba el color azul de las corbatas. Nadie tenía la mano vendada ni dañada. No sospeché de ellos. En frente de nosotros, mirándonos, estaba Franchessco, que nos saludó con un poco significativo movimiento de cabeza. Devoraba todo tipo de productos de la confitería más exquisita.

En un rincón había un tipo corpulento que comía como si no hubiera comido en tres años. Era como si acabara de descubrir el fabuloso sabor de la magdalena vulgar. Tragaba, tragaba y no tenía intención de parar. Arthur me dijo que su nombre era Ignatius Railway. No conocíamos más de él.

A veces me parecía lamentable que todos fuéramos de la misma Familia y casi no nos conociéramos ninguno entre nosotros. Éramos como los desconocidos de una familia lejana. Nadie sabía nada de nadie.

Volviendo al análisis de la gente, en el centro justo de la estancia, justo debajo de la lámpara de araña, se encontraba un tipo de piel criolla que comía con las manos de forma horrenda. Parecía imposible que no se manchara el traje de alguna forma u otra. Poco o nada sabíamos de él, sólo que se llamaba Borgia Calitri, un ruso de no se sabía dónde, de madre negra y padre del ejército ruso. Nada que merezca la pena mencionar. Pronto apartamos la vista de él.

A lado de él estaba sentado un hombre de aspecto serio, un alemán llamado Roger Boudembourg, con el pelo tan rubio que parecía alvino y rapado como un militar. Era el único que no comía. No hacía más que mirar de un lado a otro, como nosotros.

Sólo quedaba por analizar a un individuo que esperaba en la puerta del restaurante. No destacaba nada de él. Ni siquiera le conocíamos. Parecía aburrido de esperar a alguien. Pronto se reunió con él Brian O’ Sullivan, el tipo al que Arthur ganó el Aston Martin, el cual nos dirigió una mirada insolente. Tenía las dos manos metidas en los bolsillos. Eso me hizo sospechar y sospecho que Arthur también sospechó por la expresión de su cara, una expresión de victoria y venganza a la vez. El ambiente era silencioso. Demasiado…

Cuando acabamos de desayunar, fuimos directos a la piscina del hotel, con las pistolas envueltas en las toallas, eso sí. Nos pasamos la mañana y parte de la tarde deambulando por el hotel sin privarnos de ningún lujo o servicio que éste nos brindara. Nos pasamos la tarde relajándonos un poco y tomando el sol, aunque Arthur no cogía color ni poniéndolo directamente en el fuego. A las ocho de la noche todo el mundo se había ido a prepararse para la reunión que ocurriría media hora más tarde, así que nosotros también nos retiramos a prepararnos.

En la habitación mientras nos preparábamos ya empecé a tener unos acentuados síntomas de nerviosismo. Primer síntoma: todo lo que dije fueron preguntas:

—¿Por qué nos reunirá el padrino? Nunca lo ha hecho. Siempre que hemos tenido que estar ante él ha sido por separado y sólo para encargarnos algún “trabajillo”. ¿Crees que nos encomendará alguna misión en la que necesite a todos los miembros? Me huele mal. Nunca ha organizado una reunión como esta. ¿Por qué será?

—No lo sé. —se limitó a contestar Arthur.

—¿Por qué nos ponen micrófonos? Uno de los principios de la Familia es la confianza plena entre todos los miembros y el respeto mutuo al gremio. Y lo de las cámaras… ¿Por qué narices nos querrá tener vigilados?

—No lo sé. —otra respuesta monótona por su parte.

—Por qué estoy tan tenso y tú no me haces ni caso? —Ahora sí que parecía un niño pequeño en un intento desesperado de llamar la atención. Me asomé a la ventana que daba justo al aparcamiento y eché un vistazo. El Alfa Romeo seguía donde y como estaba.

—¿Porqué el ambiente está tan tenso y silencioso?¿Por qué narices tengo un mal presentimiento?

Arthur ya no pudo aguantar más y me agarró de la pechera:

—¡No lo sé, no lo sé, no lo sé!¡Dios!¡Como no te calles de una vez y dejes de comportarte como un crío yo también acabaré desquiciándome!¡Crees que eres el único que está tenso y el único que siente y padece!¡Pero te equivocas; yo también estoy muy nervioso, probablemente mucho más que tú, pero al menos me controlo y no lo demuestro!¡Eres desquiciante!

Mucho más relajado me soltó y se sentó en la cama. Sacó de un cajón de la mesilla de noche la Walther con la abolladura.

—Ya veremos lo que pasa hoy. —dijo con voz mucho más suave —De momento relájate. Llevaré la Walther ante el padrino. Sé que él puede hacer algo al respecto sobre el atentado de esta noche. Como tú mismo has dicho: uno de los principios de la Familia es el respeto y la confianza al gremio.

Arthur se acabó de preparar mientras yo me peleaba con la corbata:

—Todavía no he visto al padrino en todo el tiempo que llevamos aquí. Y eso que casi vive aquí. ¿Cómo conseguirás que haga algo al respecto sobre lo de esta noche? ¿Hablarás con él? ¿Y si no le da importancia? Lo que menos te conviene es parecerte a un niño que se chiva de una gamberrada. —definitivamente Arthur se cansaba de mí.

—Oye, mira… baja al restaurante y tómate algo frío. Espérame allí. Relájate.

—Pero la reunión es el la última planta —seguí replicando— Es tontería bajar para luego subir.

—Para ello inventaron los ascensores. —me empujó fuera de la habitación ya a punto de explotar. —Baja de una vez. Te comportas como un crío. ¡Cómo te gusta llevar la contraria en todo!

Resignado, tomé el ascensor y bajé hasta el vestíbulo. Luego entré en el restaurante y me acerqué a la barra. El mismo camarero de siempre, con la misma cámara oculta de siempre, me sirvió el veneno de siempre:

—Un Martini con Vodka, agitado, no revuelto.

Como siempre, el camarero no se retiró hasta que bebí. Como siempre, me inyecté el contraveneno y me tomé la copa de dos tragos. El veneno no influía para nada en el sabor de la bebida. Eso estaba bien.

El resto de la Familia, casi por turnos, también se acercó a tomar un trago. Todos sudaban y temblaban levemente y todos parecían tener un mal presentimiento. No era habitual ver a un miembro de la Familia de los Grandes en un estado de puro nerviosismo, pero todo el mundo conocía a quien lo dirigía todo y todo se podía esperar de él.

El restaurante casi se llenó sin darme yo cuenta. Empecé a contar las personas que había. Había veinte individuos en la sala, contando conmigo y sin contar con el camarero.

Brian O’ Sullivan fue el último en llegar. Tenía las manos en los bolsillos y sólo sacaba la mano izquierda para beber. Eso me hizo saber quién fue el autor del fallido atentado contra Arthur. 

Me acerqué a mirar por la ventana que daba justo al aparcamiento. Mi coche seguía reposando, tranquilo, en el sitio donde lo dejé, y mi nuevo Aston Martin deslumbraba más que el resto, a pesar de llevar el color reglamentario de la Familia, el negro, como los demás.

Más tranquilo volví a la barra otra vez y pedí otra bebida. Me la dieron con una guinda en el fondo de la copa. Eso me hizo sospechar y la retiré. Bebí con ganas. Miré el reloj y vi que solo quedaban tres minutos para la impredecible reunión. En ese preciso momento, entró el gerente afeminado en el restaurante, destacando en color y en maneras. Daba unas ridículas palmaditas afeminadas que me dieron ganas de pegarle un tiro:

—¡Vamos, chicos!¡Vayan subiendo a la sala de reuniones de la sexta planta!

Todos le miraron con mala cara, de forma rara, incluso algunos tensaron los puños al ver a tal personaje, pero pudieron contenerse, y uno a uno, abandonaron en hilera el salón restaurante.

Varios decidieron subir la escalera. “¡Qué valor!”. Supongo que era para ganar tiempo. El resto subimos por los ascensores.

Todos, los que subían por la escalera y los que subían en ascensor, llegamos a la par a la sexta planta. El gerente ¡gracias a Dios!, había subido por el ascensor de servicio. Nos condujo por un pasillo hasta abandonar la zona acristalada exterior y nos hizo recorrer el pasillo más largo del hotel. Mientras avanzábamos, todos nos pusimos tensos al ver que había varios tipos que no conocíamos ni eran de la Familia. Todos iban armados hasta los dientes y guardaban una perfecta calma y una perfecta formación. El traje que llevaban no tenía corbata azul, de hecho, no tenía. Sus ojos se ocultaban tras el cristal tintado de unas gafas de sol de borde plateado. Miraban de un lado a otro muy de vez en cuando sin prestar atención en nada, pero vigilando todo a la vez.

Era muy raro que el padrino se rodeara de gente que no fuera su Familia. Algo iba mal… y creía que iba a ir mal para nosotros.

Acabado el kilométrico pasillo, el gerente nos hizo esperar delante de una doble puerta granate, acolchada, como en los centros de acogida para dementes mentales, o dicho se una forma más popular, acolchada como en el manicomio.

Los guardaespaldas, o matones, o lo que fueran, acechaban en cada esquina del piso. Era intranquilizador.

Me empecé a poner más nervioso cuando descubrí que Arthur todavía no se había juntado con el grupo. Me temía lo peor. ¿Y si el padrino le había hecho algo por intentar que arreglara el asunto del ataque nocturno? ¿Y si le había molestado tanto que el padrino había tomado unas medidas “poco adecuadas para la salud”? Me empecé a marear.

Ninguno de los presentes hizo movimientos bruscos porque los matones intimidaban de verdad. No convenía alarmarles. Todos mirábamos el reloj continuamente. Nadie sabía en qué acabaría la reunión que aún no acababa de empezar.

Había un caro carillón justo enfrente de nosotros. Era lo único que hacía ruido en aquel pasillo, aparte del gerente en sus intentos inútiles de llamar la atención a uno de los guardaespaldas. Aquellos tipos eran como la guardia real de la Reina de Inglaterra; no se movían ni para estornudar.

Todos nos sobresaltamos cuando el carillón emitió un chasquido y un par de sordas campanadas. Eran las ocho y media justas, la hora de la reunión.

Dos matones abrieron las puertas dobles con un chasquido, dejando ver una mesa ovalada preparada con veintidós asientos mullidos en una habitación oscura con un ligero tono de azul y negro. Dos de los asientos ya estaban ocupados. Encima de esa mesa sólo había algo envuelto en un pañuelo amarillento y una carpeta de cuero abierta que dejaba asomarse un par de papeles mecanografiados.

El padrino presidía la mesa, sentándose de cara a todos los asientos en un decorado sillón con un respaldo que sobresalía por encima de su cabeza, solemnemente. Era el único asiento que destacaba. Era como emperador de su dominio. Él había triunfado a su manera. 

Respecto a su aspecto, no era como los padrinos que solo salen en las películas, vestidos de blanco, con una chaqueta por encima sin meter las mangas y un sombrero blanco con bandas azules que ocultaba el rostro con un bigote fino. No. Tampoco era corpulento. Era un hombre delgado, pero bastante mayor. Conservaba algún mechón castaño de su canosa cabellera, perfectamente peinada hacia un lado. Parecía como si el color gris de su cabello se fundiera con el de su piel, dándole un aspecto a cadáver. Vestía un traje azul muy oscuro, dejando asomar un pañuelo blanco de uno de los bolsillos del pecho. Iba complementado con una corbata que combinaba a rayas el color azul claro con el oscuro. Era bastante bigotudo. Su denso bigote se torció a la par con su boca cuando nos vio entrar.

Lo que más me alegró y me relajó fue ver a Arthur sentado a la derecha del padrino, sano y salvo.

—Bienvenidos al Hotel Kimera. Buenas noches, caballeros. Me alegro de que hayan podido venir con tal puntualidad y empeño— (pobres de nosotros si no lo hacíamos) —Tomen asiento o quédense de pie. Con tal de estar lo más cómodamente posible.



Nadie saludó al entrar. Decidí quedarme de pie al lado de Arthur, al cual le puse una mano en el hombro. Él miró de reojo mi mano al darse cuenta que temblaba. Ya me hacía una idea sobre qué era eso que había encima de la mesa.

sábado, 14 de septiembre de 2013

HOTEL KIMERA I - HOTEL KIMERA



Nadie llega a ser lo suficientemente frío por más que lo intente. Frías son las máquinas, y el hombre debería evitar que su corazón se convirtiera en una máquina, con cerebro de máquina, y alma de máquina.


































Para el que un día llegó a ser mi amigo.








































I

HOTEL KIMERA







Cualquier historia puede ser contada de cualquier forma, pudiendo enmascarar la verdad u ocultar la realidad. Incluso pudiendo hacer elogiable lo más degradante e insignificante.

Esta no es una de esas historias de fantasía en las que la gente vuela y hace prodigios con un chasquido de dedos. No. Las historias también pueden ser reales, contándolas tal y como son. Este es uno de esos casos. No voy a contar un montón de mentiras para quedar bien; contaré lo que en verdad pasó.

Yo tenía un Alfa Romeo negro descapotable, y lo conducía por la autopista de Nevada a la máxima velocidad que podía alcanzar. El motor empezaba a quejarse pero no me podía permitir ni reducir siquiera. Claro está que podría aumentar el ritmo, pero no merecía la pena. En resumen; iba a más kilómetros por hora de los permitidos.

Iba acompañado de mi mejor amigo (y prácticamente el único que tenía), que intentaba no sucumbir al sueño y a la monotonía de la aburrida carretera. Sus ojos se cerraban a pesar de que el viento del desierto nos azotaba la cara y resultaba molesto.

Yo era alto, moreno y llevaba el pelo con una sobre-dosis de gel fijador para poder orientarlo hacia atrás. Mi nombre era Tanner Millers.

Mi amigo, Arthur Ellroy, era también alto, incluso más que yo. El gel fijador hacía un verdadero esfuerzo por mantener su pelo rubio cobrizo orientado hacia algún lado, aunque el viento y la velocidad lo despeinaban. Sus grandes ojos castaños y claros, a los que costaba mantener la mirada (por lo menos a mí), seguían luchando contra el sueño, aunque fracasaban penosamente.

Lo que más me gustaba de él era que, además de ser bastante intelectual (porque era de aquellos que son capaces de soportar una charla sobre la Primera Guerra Mundial sin aburrirse, ni siquiera bostezar), era que era capaz de aceptar a la gente tal y como era y relacionarse con ella a pesar de lo que fuera, aunque su trabajo exigiera otra cosa. Era de aquellas personas que no les importaba la condición de los demás, pero que son muy preocupadas por su aspecto y por el qué dirán los demás de él. Pero era el mejor tipo que he conocido en la vida. Era igual que yo, afín a mí.

Él y yo trabajábamos en el mismo “gremio”. Un gremio alejado de le ley: la Familia de los Grandes, la mafia de Nevada. Ese era nuestro oficio, un oficio que nos había sacado de muchos apuros (económicos y físicos) y que nos había metido en otros muchos (más bien sólo físicos). Esas próximas noches parecían que no nos iba a sacar de apuros, que no iba a ser de nuestro agrado; un mal presentimiento.

El motivo de nuestro viaje era que el padrino de nuestra Familia (refiriéndome a la mafia, por supuesto), había convocado a todos los hombres que estábamos a su servicio a una reunión en el Hotel Kimera, que era de su propiedad. No había dado detalles del motivo de la reunión, pero no presagiaba nada bueno.

El Hotel Kimera, como he dicho, era propiedad del padrino. Era un lujoso hotel situado en la mitad justa del desierto de Nevada, cerca de la autopista. Un lugar poco productivo para colocar un hotel de tal calibre, aunque al padrino no le hacían falta los beneficios que debiera sacar de él.

En total éramos veintiún convocados a la señalada reunión. Debíamos acudir al punto de reunión con una hora de diferencia desde que llegara el primero y llegara el siguiente, así que en total deberíamos tardar diecinueve horas en llegar todos (contando que Arthur y yo llegaríamos juntos, a petición del mismo padrino), y ya llegábamos justos si no aceleraba.

Llevábamos un par de días de viaje. Ese día habíamos salido pronto por la mañana desde el Mustang Motel, situado en las afueras de Nevada.

El viaje fue monótono hasta el final, aunque agradable gracias a la fresca brisa del desierto que se levantó. Tuvimos que parar un par de veces en un par de estaciones de servicio para repostar el coche y “repostarnos” nosotros con un par de bebidas. Luego, seguimos a la carrera. Arthur y yo no hablamos en casi todo el viaje (y por eso se durmió enseguida). Suponía que era porque estábamos demasiado nerviosos o preocupados por lo que ocurriría en las próximas horas en el Hotel Kimera. Seguía yo con ese mal presentimiento durante todo el viaje y decidí compartirlo con Arthur, cosa que no debía hacer porque eso hizo que se pusiera más nervioso.

Eran las diez y media de la noche cuando aparcamos frente al Hotel Kimera (llegamos diez minutos tarde). Una hilera de coches de color negro (al igual que el nuestro, ya que era el color oficial de la Familia) había aparcados frente a la puerta del hotel, el cual parecía hecho solamente de cristal y de su interior salía un resplandor rojizo. Habían aparcados diecinueve coches y aún quedaba sitio para uno más. Los coches pasaban de vulgares Pontiac hasta lujosos Bentley. En un pequeño y apartado aparcamiento privado pude ver un precioso Aston Martin DB5 del 64’ que parecía haber salido de una de las películas de James Bond: era el coche del padrino.

Cuando aparqué el coche en el único sitio libre que quedaba, Arthur se despertó sobresaltado. No sabía quién estaba más nervioso; si él o yo.

—No sé cómo quedará esto…—dije yo atemorizado. Tragué saliva y mi nuez osciló a lo largo de mi garganta seca.

—Sabes que no podemos echarnos atrás. Tranquilízate, por favor. —su voz sonó suave y cansada, pero convincente, así que me calmé un poco.

Antes de disponernos a entrar en el hotel, echamos la capota del coche y, dentro de él, nos quitamos nuestra ropa informal y nos pusimos en “uniforme”, una cara chaqueta americana negra con unos pantalones a juego. Iba complementado con una corbata azul marino que contrastaba con la camisa blanca de debajo. La corbata era el distintivo de nuestra familia.

Cuando subíamos unas amplias escaleras que llevaban hasta la entrada del hotel, un tipo joven y no muy nutrido salió de la nada a nuestro encuentro. Llevaba un inconfundible traje de aparcacoches como los que usaban los de los casinos de Las Vegas.

—¿Desean que les aparque el coche en un lugar más cómodo para ustedes?— como el joven tenía voz de pito casi me entraron ganas de reír. Me mordí la lengua.

—No, gracias—contestó Arthur con un aire de aristócrata y ciertamente arrogante, pero diplomático —prefiero tenerlo localizado. —me murmuró cuando ya nos habíamos alejado del aparcacoches y cruzábamos ya el umbral de la puerta automática de cristal.

—Parece que el resto también ha preferido “tenerlo lo-calizado”. —comenté yo.

El techo, las paredes y el suelo del hall estaban cubiertos por enormes baldosas de un mármol reluciente de color crema. Daba la sensación de que se podía resbalar sin querer de lo limpio que estaba. Las ventanas tenían decoraciones modernas que contrastaban con el estilo clásico de aquella planta. El hall era el único piso que desde fuera no era de cristal.

Había unos lujosos y mullidos sofás que ya querría un rey a modo de sala de estar. Del alto techo colgaba una deslumbrante lámpara de araña de unos dos metros de alto y otros tantos de diámetro. Calculé que podía costar unos cincuenta mil dólares aquella lámpara.

El mostrador de recepción era entero de madera perfectamente barnizada. Un pequeño timbre dorado relucía encima de él. No había ningún recepcionista, de hecho, no había nadie en absoluto. Nos acercamos a pulsar el timbre, pero justo antes de poder hacerlo sonar, el gerente del hotel apareció desde detrás de una estatua. Era como si nos hubiera estado acechando desde que hubiera visto los faros de nuestro coche acercarse por la carretera.

—Bienvenidos al Hotel Kimera. —tenía un tono afemianado. —Soy Ramsley, el gerente, y estaré a su “plena” —recalcó esa palabra —disposición durante su estancia.

El hombre debía de tener unos cuarenta o cuarenta y cinco años más o menos. Tenía un ridículo carácter afeminado y vestía un ridículo traje morado que estaba en total desarmonía con su entorno. Yo juraría que se nos estuvo insinuando desde que llegamos.

—Vengan, no se corten. —“Usted es el que debería cortarse un poco ¿no cree?” pensé con burla e incomodidad. — Acompáñenme a mis… esto… a SUS aposentos. —no supe distinguir si ese error verbal lo había hecho a propósito. Solo supe que me recordaba al chepudo sirviente del doctor Frankenstein, solo que algo marica (hablando popularmente).

Antes de que nos diéramos cuenta, el gerente nos cogió de un brazo con sus “delicadas manos” (zarpas ávidas, para mí, que me sorprendieron que no llevaran las uñas pintadas de morado) y nos llevó con él hasta uno de los cinco ascensores para seis personas que había en un lado del hall.

El hotel, según pude observar en la placa de botones del ascensor, solo tenía seis pisos más una terraza y dos subterráneos. Nos detuvimos en el cuarto piso y el gerente nos llevó a la habitación 123. Había que entrar por un pasillo interior para llegar a ella, ya que el pasillo más exterior era completamente de cristal. Hasta que no estuvimos en el interior de la suite, de lujo, por supuesto, el gerente no nos liberó de sus refinadas garras. El gerente salió decepcionado de la habitación y nos quedamos solos Arthur y yo. Estábamos en un amplio cuarto de estar con un enorme televisor encima de una cara mesa y con una barra de bar pequeña cerca de la terraza que daba a la carretera. Descubrí al fondo una sola puerta cerrada y, con cierta preocupación la abrí. Entré en una habitación del mismo estilo lujoso y moderno de la sala de estar. Toda la habitación era espléndida excepto por un detallito: sólo había una cama para dos personas. Eso me asustó al principio y me hizo enfurecer después:

—¡Maricón de mierda!¡Hay más de quinientas habitaciones libres y nos da una con una sola cama!¡Yo me lo cargo! —saqué mi pistola del un bolsillo interior de la chaqueta del traje. Me dispuse a salir a decirle un par de cosas al gerente pero Arthur me detuvo.

—Cálmate. No me importa dormir en el suelo.

—¿Tanto hotel y no hay una puñetera habitación con dos miserables camas?¿Qué pretenden?

—Deja de quejarte. Si nos han dado esta habitación, habrá un buen motivo para ello.

—Hoy estás demasiado conformista.

—Lo estoy cuando tengo un mal presentimiento y creo que la mejor opción es aceptar la situación para evitar más problemas.

—Iré a pedir otra habitación. —guardé la pistola— U otra cama…

—¡Ja! Ya verás cómo tiene que ser así…—se burló Arthur resignado ante mi cabezonería.

Al fin y al cabo, Arthur tenía razón. Estuve media hora discutiendo con el gerente del hotel, que no sé si me estaba haciendo caso a mí o a otra cosa un poco más abajo. El caso es que mis esfuerzos fueron en vano. “El padrino lo quiere así”. ¿Pero porqué?

Subí indignado de vuelta a la habitación. Arthur había deshecho todo el equipaje que habían traído mientras yo no estaba.

Sin previo aviso me dio un mareo que me obligó a tumbarme de golpe en la cama, con la mala suerte de que Arthur, agotado, también se dejaba caer sobre ella. Su nuca dio un fuerte golpe a mi nariz, que empezó a sangrar a chorro mientras yo daba un alarido. La mezcla de olor a cabello sudado y el olor metálico de la sangre, junto con el mareo que llevaba encima, hicieron que cayera en un pozo sin fondo.

No recordaba más, solo que cuando me desperté tenía la hemorragia curada, humedecida la frente (no por el sudor) y no tenía puestos los zapatos.

Arthur salía del cuarto de baño: se acababa de duchar. Al verme despierto se me acercó.

—Siento lo del golpe. ¿Quién te manda poner tu nariz en mitad de la trayectoria de mi cabeza? —me dijo intentando levantarme el ánimo.

No pude decir nada. No sabía porqué. Simplemente le di las gracias por curarme y me fui a ducharme yo también, lo necesitaba. Arthur bajó al restaurante a comer algo.

Cuando salía de la ducha y me vestía otra vez con el uniforme alguien llamó a la puerta. Al otro lado de ella se hallaba Franchessco, un tipo a quien conocía bien, con el pelo demasiado largo y que no le quedaba tan bien como él creía. Llevaba también el uniforme de la Familia, pero no se había puesto la chaqueta americana.

—Buenas noches —saludó con voz ronca.

—¿Qué hay? —respondí sin mucho entusiasmo. Aquella era justo el tipo de persona con la que no merecía mucho la pena involucrarse mucho. Era de aquellos con los que no puedes contar para mucho.

—¿Vosotros sois los últimos?

—Sí. —volví a responder. Fue una conversación muy seca. Pero Franchessco adquirió un tono más festivo:

—Hoy hay partida de póker en el casino que hay al lado del restaurante. Podéis venir. Si quieres.

Yo ya sabía cómo eran las partidas de póker (o cualquier otro juego) en el ambiente de la familia. Todo el mundo acababa vengándose. Aunque fuera un juego elegante, no dejábamos de ser mafiosos. No obstante a todo eso, respondí:

—Allí estaré, gracias.

—Vale, pues hasta luego. —se despidió y se alejó haciendo balancearse su suelta melena negra.

Cuando me hube acabado de vestir, bajé al restaurante. Encontré a Arthur vigilando todo lo que la vista le permitía abarcar. Había dos copas vacías encima de la mesa en la que se había sentado. Parecía un agente infiltrado de esos vestidos de esmoquin, tan nervioso pero tan controlado a la vez. Sus ojos marrones dejaron de dar vueltas sin rumbo y se centraron cuan-do me senté delante de él.

—La cosa es mejor de lo peor. Aquí están los mejores miembros de la Familia; los más inteligentes, los más sanguinarios, los mejores delincuentes de la Mafia de los Grandes. —se le notaba nervioso y excitado cuando me hablaba a media voz —No veo por ninguna parte a nuestro padrino.

La verdad es que ninguno de los dos sabía porqué habíamos entrado a formar parte de un grupo tan delictivo. Suponíamos que era porque en un tiempo pasado alguien nos hizo un favor. Un favor que nos condenaría toda la vida.

—Tendrá cosas que hacer. —respondí con burla al último comentario.

—Será mejor que no hagas esos comentarios. Hay un micrófono en cada lámpara de cada mesa —dijo en voz muy baja. Yo dirigí una mirada a las lámparas de diseño exclusivo que estaban repartidas por todas las mesas. —Que no parezca que miramos —me aconsejó en voz muy baja. Tuve que hacercarme a él. —Solamente en esta sala hay al menos diez cámaras ocultas repartidas por cada rincón. Puede que incluso haya más, pero esas no las he podido localizar.

Ahora sí que parecía un agente secreto. Mientras callábamos, Arthur siguió con su vigilancia y yo me dediqué a encontrar con disimulo las cámaras ocultas. Solo detecté unas cinco. La primera estaba camuflada en la enorme lámpara de lujo que presidía el salón restaurante colgada del techo. Otra la encontré en una de las esquinas del techo del enorme salón. La tercera se encontraba oculta en el marco de la puerta que delimitaba el casino. La siguiente la encontré situada entre las botellas de tónicas del lujoso mueble bar, detrás de la barra en la que se encontraba un camarero con cara de pocos amigos. La quinta cámara me sor-prendió de verdad. El camarero que antes estaba detrás de la barra se acercó a mí portando una bandeja dorada con un Martini servido en una copa cónica. Me lo plantó delante de mí y me dijo con un exagerado acento francés:

—Buenas noches, caballero. Invita la casa.

—Gracias, puede retirarse. —respondí a tal halago. No obstante, el camarero se quedó quieto mirándome fijamente. Titubeé antes de echar un trago a la copa, pero estaba seguro de que el camarero no se iría hasta que bebiera. Mal presentimiento. Miré a Arthur y este asintió leve y disimuladamente con la cabeza. Me confié un poco y dí un trago largo que me supo a gloria. El camarero se retiró al fin satisfecho.

—Llevaba una cámara en el primer botón de la camisa— le comenté a Arthur en voz muy baja. Él asintió.

Me dispuse a tomar otro trago de mi copa, pero un pinchazo fuerte y un dolor agudo me hicieron gemir, aunque me pude reprimir. Arthur me había clavado una jeringuilla pequeña en la pierna y había vaciado todo su contenido.

—Cortesía de Franchessco —me explicó —. No te asustes. Sigue bebiendo tranquilo. —Obedecí —Está envenenada. Todas lo están. —Descubrí un polvo blanquecino disuelto dentro del líquido de mi copa. —No levantes sospecha. —Miré hacia un lado. Nadie, de los diecinueve presentes, lo había notado.

—Gracias.

—Dáselas a Franchessco. Él es el que entiende de venenos. Lo descubrió antes que nadie y nos proporcionó un antídoto que preparó a base de tónicas y bebidas refrescantes. —se rió.

—¿Pero porqué envenenan nuestras copas? —se me ocurrió preguntar.

—He oído que el objetivo de este viaje es poner a prueba a todos los miembros de la mafia. —me respondió como si fuera lo más normal del mundo.

—¿Pero están locos o qué? —dije indignado. Arthur me hizo señas de que no levantara el tono de voz. —¿Porqué quieren hacernos pruebas?¿Y a qué propósito? No sé si quieren ver de qué somos capaces o si quieren matarnos directamente. Además, es absurdo que nuestro padrino quiera poner a prueba a su Familia.

—Solo es un rumor. —me dijo simplemente.

Alterado, decidí retirarme a la habitación:

—Mira… me voy a la cama. No quiero saber nada hasta mañana que es la reunión. Estoy algo tenso. Hasta mañana. — me levanté con pereza, pero tenso. Arthur también se levantó.

—Espera —sonreía—. ¿No te apetece una mano de póker?



Me detuve en seco. No me acordaba de eso. Me volví hacia él sonriendo y mordiéndome el labio inferior.

HOTEL KIMERA - INTRODUCCIÓN

   Quiero dedicar la publicación de mi primera novela, "Hotel Kimera", a mi propio yo de la infancia. En su día se lo dediqué a un buena amigo. Hoy, le quito el polvo a la portada que nunca vio la luz y a las palabras que nunca se imprimieron. Terminé de escribirlo con mis dieciséis años, y el primer ejemplar se lo regalé a mi padre por su cumpleaños. A pesar de estar inscrito en el registro, el libro no pasó de ahí. No podía esperar mucho más...
   Ante vosotros, una historia plagada de erratas y faltas ortográficas, fruto de una escritura primitiva de lo que queda de mi infancia, cuando soñaba con lugares lejanos y aventuras inverosímiles, dejando al descubierto todas y cada una de mis pasiones, como el automovilismo, el cine negro, la música rebuscada y mis propias reflexiones.
   Espero que, quien se digne a ojear cada uno de los capítulos, comprenda el contexto en el que se escribió y en la limitada cultura literaria que tenía. También, confío en que, por igual, la obra sea respetada desde cualquier punto de opinión. Contiene muchos de mis propios desahogos, mis propias reflexiones y planteamientos. También, espero que comprenda que tras esas letras existe aún el esfuerzo del que un niño de dieciséis años se sintió orgulloso alguna vez.
   Al igual, confío en que la integridad de la obra quede en esta publicación que ahora hago. No necesitáis copiar ni robarme mis palabras... Te las ofrezco aquí mismo cuando quieras. No obstante, si en algún caso me sintiera ofendido de manera alguna, es posible que proceda a reclamar la autoría de lo que es mío. No es palabra, es ley. Concretamente la Ley de Propiedad Intelectual que, según lo dispuesto en el Real Decreto Legislativo 1/1996, de 12 de Abril, quedan inscritos en el Registro General de la Propiedad Intelectual los derechos de propiedad intelectual con el número de asiento registral 00/2010/4819, habiendo realizado la solicitud con número S-62-10 en Madrid, a 25 de Agosto de 2010.
   Una vez aclarados estos aspectos y disculpando la seriedad que lo concierne, os animo a aportar cualquier comentario, siempre constructivo, que valore la obra, opine sobre ella o simplemente aporte algo productivo.
   Sólo espero disfrutéis de la historia o que, al menos, os resulte placentera la lectura. Cada semana, publicaré un nuevo capítulo.

lunes, 26 de agosto de 2013

MEDIA ETERNIDAD

     Hacía como media eternidad que no me postraba ante el papel y la tinta que, en un pasado que apenas recuerdo, sirvió de refugio y desahogo de mi entonces virgen ignorancia. Lo más banal era catástrofe para mí. Y el amor era la principal meta de mis idealizados sueños de niñato entusiasta e inmaduro. ¡Ay, cuán diferentes serían mis escritos entonces, si hubiera sabido la montaña rusa de sentimientos que quedaba ante mí por recorrer! Todo lo que no lloré en niñez, brota ahora en los momentos más inoportunos. No me apetece recordar todos los baños de los diferentes locales de noche de mis dos ciudades que han tenido que soportar los sollozos que en público no quise mostrar.
     Toda la frialdad que las tragedias de mi vida me habían proporcionado, se desvanecía al instante. El muro que conformaba mi defensa no es más que cascotes grises derribados a bombazos de sensaciones que nunca pude imaginar. "Te has vuelto un blando". Quizás estaba harto de construir un muro sin ventanas. Harto de la fortificación que me aislaba hasta de mí mismo. "Just another brick in the Wall".
     El día que eché abajo todas las piedras, vi cómo entraba la luz. Y era hermosa. El sol lucía en lo alto. Todo era verde ahí abajo. ¡Hay vida! Toda la vida que me quitaron cuando no pude defenderme... Empecé a alimentarme de las cosas hermosas de esa vida... y, poco a poco, a utilizar las piedras de mi muro para construir algo grande, fuerte y duradero...
     Pero no es fácil. Muchas piedras pesan demasiado y, la mayoría, no puedo levantarlas sin ayuda... una ayuda que me canso de esperar... Otros bloques simplemente están demasiado desconchados y no sirven. Y los que consigo colocar, algunos pierden el equilibrio. Y caen.
     Muchas cosas que tuve y que perdí, y que nunca recuperaré. Perdí la ilusión de volver a recuperarlos. Sólo me preguntaba: "¿Para qué?". No me sirven de nada. Ya, ni siquiera, para ese sentimiento de autorealización que antes motivó casi toda mi obra.
     Casi toda la culpa la tiene esta sociedad, que disfraza la injusticia bajo leyes de igualdad. Donde la moral se somete a la lujuria, al deseo y la traición. El egoísmo al servicio del placer personal. Nos pisoteamos unos a otros. Nos devoramos para nuestro propio beneficio o disfrute. Incluso obramos mal por puro aburrimiento. Es lamentable. Yo no me considero mala persona... Nadie lo hace... Pero sé que también hago mal. Soy capaz de matar con dos palabras, resucitar con otras dos, confundir con tan sólo cuatro y morir con ninguna... Es fácil. Piensa sólo en ti... Serás feliz...
     Estoy cansado. Más que cansado, incluso aburrido. Aburrido de las farsas y del qué dirán hipócrita de las personas, si se me permite llamarlas así... De la libertad de un sistema democrático que nos prohíbe nuestro propio sistema...
     Estoy cansado. De todos los maricones, que son sólo capaces de centrarse en sí mismos y en lo que se llevan a la boca. Estoy aburrido de que luchemos desde que nació el mundo por el multicolor de nuestra bandera, a la que hacemos honor entre los grises y negros de los rincones de la noche para reducir la poca dignidad que tenemos a un cero a la izquierda... Como las ratas, en antros oscuros y plagados de más ratas. Tanto luchar por nuestro amor... Para demostrarlo con mucha promiscuidad y poca ética. Eso... Eso sí es patético...


     Pero estoy cansado y aburrido. Yo sé cómo he de actuar. Qué debo hacer. Qué debo sentir, aunque a veces me traicione a mí mismo arriesgando de nuevo... Cuando estoy solo siento un vacío que me carcome por dentro, y que no puedo controlar. Y cuando consigo al fin el complemento de mi alma oscura, estoy mal, desilusionado, porque descubro que no estoy lleno, que me falta algo, que hecho de menos... Y cuanto más invierto, más arriesgo, y más pierdo. Es en esos momentos en los que mi sistema falla. Y es el único momento en el que puedo decir, con toda seguridad: "No sé qué hacer...".
     Pero tampoco puedo pedir ayuda, porque sencillamente la otra parte contratante está demasiado ocupada centrándose en sí misma, no viendo el mundo que se mueve delante de sus propios ojos, mi declive, porque no quiere saber más allá de sus propios sentimientos. Y es entonces cuando yo, perro viejo en estos cantares, he de reaccionar y, cuanto antes, mejor, viéndome obligado a tomar medidas desesperadas y egoístas para ocasiones desesperadas e injustas. Es mi propio ultimátum.
     Estar con alguien es para bien. Es compartir la vida. Pero, cuando das más de lo que recibes, es cuando falla alguno de esos aspectos que antes eran maravillosísimos, pero que quedaban enmascarados por la fábula del amor. Y que ahora no son sino la razón de tu reconcome diario.
     Lo peor de todo es la bola de nieve fría que se va creando a medida que baja la montaña, y que da vueltas y vueltas, recogiendo cada vez más nieve fría... hasta convertirse en un alud que arrasa todo lo que en su paso se entromete y... ¡qué casualidad! Allí estás tú en medio. Y acabas sepultado, frío y aplastado por ti mismo, triste, solo y abandonado...

     Sólo escribimos cuando estamos mal, pues, cuando todo va bien... simplemente no es necesario. Todo es genial y no nos preocupa. Es cuando estamos mal de verdad cuando nuestra cabezota tiene que empezar a trabajar por ti. Nos viene la inspiración y tu mano necesita esbozar macabras letras de tinta negra... A veces la mente ejecuta tantos procesos que se obstruye ella sola, y piensa más rápido que la mano, así que se produce un colapso del que tardarás en salir. Pero... ¡déjala! Ya volverá en sí... deja que piense... Algún día te dará tu respuesta. Espera paciente.



     Me aburren las indirectas de "loka mala" de la gente. ¿Qué costará llegar y decir las cosas a la cara? No. Es necesario seguir el macabro "Jumanji". Un juego sobre la malicia. Es como matar por la espalda o asesinar con veneno. "Voy dejando migas de pan para que descubras cuánto te odio y sufro, pero no te lo digo". ¿Queremos jugar a jueguecitos? ¡Juguemos pues! ¡A ver quién abandona antes la partida!

     ¿Sabéis qué es lo peor? Que esta vez no seré yo el perdedor. Sufriré, sí, pero esta vez no volveré a levantar el muro. Se acabó. Hay muchas piedras. Las usaré para reventar todas las cabezas de quienes pretendan volver a atacarme. Estoy aburrido... ¡QUE EMPIECE EL JUEGO!


martes, 20 de agosto de 2013

MEMORIAS I



Cuando cambias de ciudad, cuando abandonas tu nido para volar a otro que supondrá un nuevo nacer, una oportunidad para resetear tu vida de cero... la emoción y los pajaritos en el estómago apenas te dejan concentrarte.





Pronto descubres que esa ciudad te rodea, y no llegarás a darte cuenta de lo realmente esencial que resultará para tí, tu interior, tu corazón.



Empiezas a ver las cosas desde otra perspectiva, mucho más sana, más abierta, cuanto menos excitante, como nunca antes habías sentido. Todas las imágenes que en tu cabeza se grabarán...

Allí conocerás a mucha gente. Unos te marcarán más que otras. Te llenarán de recuerdos, de amarguras, de sonrisas como nunca imaginaste, con la vida que siempre esperaste y que, cuando creías que ya no la saborearías, allí, surgió.







Después, cada lugar quedará grabado en tu retina, en tu recuerdo, siempre a fuego, y te vendrán a la mente cada uno de los recuerdos, las texturas y los olores que experimentaste. Poco a poco te encontrarás a tí mismo, y, sin que nadie supiera cómo, sonreirás cada vez que pienses en ellos. Resulta todo tan patético como la felicidad que me embarga al escribir estas líneas, y recordar cada acontecimiento, cada persona y cada lugar que alguna vez fueron, y seguirán siento tan importantes como mi vida misma.














Esas cuatro paredes que, a partir de ahora, serían tu refugio, tu búnker, tu guarida secreta... El lugar que cobijará tu nuevo mundo, el mundo que aún quieres esconder, el mundo que soportará tus devaneos, paranoias, pensamientos, estudios, derroche de esfuerzos, noches en vela, llegadas de borrachera, malas experiencias, alegrías, lloros... Ahí estás protegido. No existe el mundo más allá de esas cuatro paredes y, el día que la abandones, sentirás cómo una parte de tí se esconde dentro de sus cimientos. Dejas los dos mejores años de tu vida en ella... Ese color pálido que de buen grado habrías repintado es ahora el fondo de tus recuerdos, recuerdos grises, en color o en sepia, pero recuerdos felices que, cuando estabas allí, nunca pensaste que echarías de menos...








Pasillos largos, muy lúgubres al principio, pero a la par luminosos. Ese olor a humedad, mezclado con el recién pintado de sus paredes... Paredes naranjas que alojarán lo mejor de tí, a la vez que verán tus frustraciones, quejas, gritos, pero también risas. Aquellas paredes que explotarán tu arte como nunca antes lo habías hecho. Sacarán lo mejor de tí y, allí, descubrirás una nueva oportunidad de empezar de cero, de hacer nuevos amigos que no te prejuzguen. Nadie te conoce, así que puedes ser quien quieres ser. "Spielberg" te llamaron. Y ese sería el personaje que interpretarías a partir de ahora. Pero, por una vez, sería a la inversa. Tú, de cero, moldearías ese personaje, haciendo que él sea tú, y no al revés. Puedes ser quien quieres, de cero. Conocerás gente maravillosa, que, sin duda alguna, te alimentarán con todo el arte que ellos también tienen por explotar. Descubrirás quienes merecen la pena y quienes no deben formar parte de tu círculo. Es la ley de la selva. Pero ten claro que, cuando encuentres tu sitio... jamás lo perderás, porque en ellos te hallarás tú... ellos serán tu sitio... perteneces a ese grupo. Por una vez, te sientes identificado como alguien y, lo que es mejor, que tú vales mucho más de lo que hasta ahora habías imaginado. Lo único que puedes hacer es sentirte obligado a dar gracias a todos aquellos que siempre estuvieron allí, disfrutando de todo lo que tenías que ofrecer y ayudándote en todo lo que sufriste. Intentaste que no te vieran llorar nunca, y casi lo consigues... Sólo fueron dos veces en los que te sentiste abandonado y... ¿quienes estuvieron allí cuando te desplomaste, medio borracho, y llorando como un crío, en el local que albergarían bastantes de tus buenos recuerdos? Ellos. Fueron ellos. Siempre ellos.



























(Lo siento, Aza :))





     Finalmente, todo tiene su fin. Te imaginas cómo será la vuelta a casa, y de repente, los kilómetros se vuelven abismo en todos los sentidos. Te alejas de los que han sido tus amigos hasta ahora. Dejas tus costumbres, los desayunos con café amargo de la residencia, la misma cadena de radio que te despertaba cada mañana, la forma en que abrías la ventana al levantarte... Todo eso son suspiros ahora... ¿Dónde quedó? Poco a poco es como si despertaras de la realidad, y poco a poco tuvieras que acostumbrarte a ella como los ojos se acostumbraban a la intensa luz del eterno sol leonés. Las despedidas se hacen eternas y dolorosas, quizás más de lo que lo aparentamos. Miles de ideas cruzan nuestras cabezas, nuevas ilusiones y nuevos recuerdos que quedarán registrados por siempre en tu memoria.
     Piensas en todo lo vivido, los momentos que te hicieron sentir esa euforia que te arrebataron en el pasado todos aquellos que no te quisieron conocer. La graduación, la última noche de despedida con ellos... "Spielberg, deja la camarita". <Lo siento, pero todo lo grabado es parte ahora de mi tesoro. Nunca lo confesé, pero es lo que me queda cuando no os tengo cerca. Me habéis hecho la persona más afortunada del mundo en estos dos años que atrás quedan y, sintiéndolo de nuevo, no lo podéis evitar. Siempre recordaré a Javi y Roci con sus chistes de humor absurdo y, en algunas ocasiones, un tanto... ¿"bruto" es la palabra?, a Adri, su carisma y su... aunque suene raro... peculiar voz. A Tempry y todo el apoyo y el arte que pudo darme cuando lo daba todo por perdido. Ele y su asquerosa forma de ser encantadora. Laura y la forma en la que me hablaba en clase... y fuera de ella... Las nuevas experiencias que me hizo "saborear" y su generosidad en mis momentos delicados. Me acordaré de "Nicole" y la forma en la que nos susurraba al oído. De "Remix" y los quebraderos de cabeza que me dio. Azahara y nuestra peculiar forma de tocarla "el pene". Nunca olvidaré a Chechu y su "Chechumóvil", con el que nos llevaba a todos lados. A Gloria y su "Bugatti", equipado con sus cachivaches y las koreanas dándolo todo. Aunque, parezca broma, recordaré el afán de obscenidad de "deGabriel" y la capacidad de "Anajís" de aguantarle... Siempre recordaré esos ojos azules por los que perdí la cabeza. Los oscuros rincones de la noche leonesa y mi concepto distorsionado de su perspectiva. Los amigos que ya no lo son... y los que sí lo son. Gente con la que me crucé y pasé de largo... Gente con la que me crucé y me quedé... Lo bueno y lo malo del amanecer... Las prostitutas que se veían desde el autobús nada más entrar en la ciudad... El tipo que tocaba el acordeón en la Ancha y su melodía de siempre... El olor a donut al salir de mi habitación por la mañana, la música que me llevaba en la Galocha, el sabor de las sopas de ajo y del pimentón de las patatas... Tengo la terrible sensación de haberme dejado toda una vida... Imagina que nunca has comido un helado. Un día te dan a probar uno. Tan sólo un lametazo es suficiente para descubrir lo maravilloso que puede ser un helado. Apenas pruebas un segundo lametazo, te lo quitan, y no vuelves a comer helado en tu vida. Y sufres. Por su maravilloso sabor, por la experiencia de probarlo... Tan sólo porque nunca más volverás a probar un helado tan bueno como ese... Así me siento yo. Sin embargo, sólo puedo dar las gracias. Las gracias más sinceras que jamás haya dado. Gracias por todo, chicos. Sois demasiado geniales como para olvidaros. Y, tened fé, de que el día de mañana no os olvidaré...> "SI DIOS QUIERE".














LA ÚLTIMA NOCHE...