Sin poder respirar un segundo. Sin poder hablar. Sin dejar
de temblar. Se desvanece todo en un oscuro fundido a negro. Un negro que ahoga,
que acongoja, que termina y da paso al final de todo. El final de la historia.
No habrá créditos después. Solamente acaba. No preguntéis por qué. No habrá
secuela. Ni saga ni “precuela”. Nada. Sólo negro.
El discurso
terminó, y apenas ha terminado la película. Quieres soñar con una segunda
parte, pero el director murió, el guionista se perdió en sus palabras sin
encontrar su propio entendimiento. El claquetista quemó su claqueta para darse
calor. Aunque no hay suficiente madera. A la cámara no le queda película. Al
travelling se le acabaron los raíles. Las lentes están empañadas por tus
lágrimas. No pretendas ver más allá, porque solo hay vaho.
No habrá
más romances reconciliados. No habrá más comedias de terror. No habrá más
suspense con payasos. No quedarán bandas sonoras originales que cuenten su
historia. Ni violines que susciten al lloro ni trompetas que hagan reír. No
habrá flautines que den calma. No habrá focos que iluminen tu cara, sonriente
al viento de un enorme ventilador. No habrá vatios de alimentación ni rollos de
película. No habrá un cámara que enfoque a tus ojos. Ni director que los escrute.
No habrá montaje secuencial, ni historias en paralelo. No volverás a verme
entre los bastidores, ni en el espejo del camerino sin bombillas. No volveremos
a nuestra bahía, ni los peces acariciarán los cordones de nuestros zapatos. Y
todo porque no te soporto. Todo porque la película que rodamos juntos ardió en
el fuego de la casa que se quemó y que habíamos construido. No volverás a verme
nunca más en plano secuencia. No volverás a cruzar tus ojos con los míos en el
primer plano que tanto nos gustaba, o por lo menos a mí. No volverás a leer un
guión en el que seamos nosotros, porque las películas que no están basadas en
hechos reales no me gustan. Ha llegado el momento de dar con mi propio fundido
a negro.