domingo, 6 de octubre de 2013

DIECIOCHO

   Llegarán momentos difíciles, llegarán momentos tortuosos... pero es lo que tiene dejar de ser un niño... Ganarás muchas otras cosas, y sentirás que tu vida comienza en este momento. Tu libertad será ahora tu billete al viaje que comienzas hoy. Nunca te arrepientas de lo que hagas. Todo lo que hagas a partir de ahora, será importante, y los fracasos no serán más que una nueva forma de aprender y afrontar la vida para que en el futuro recuerdes aquella experiencia que tuviste... Mucha suerte a partir de ahora... Bienvenido de nuevo a la vida.

jueves, 3 de octubre de 2013

HOTEL KIMERA - III LA SEXTA PLANTA



   El padrino se levantó de su exclusivo asiento y comenzó a dar vueltas sin destino fijo, contemplando a sus expectantes súbditos, durante varios e interminables minutos, que se encontraban alrededor de la mesa ovalada de madera oscura.

   Cogió la carpeta y sacó uno de los papeles de ella. Parecía una lista de algo. Volvió a dejar la carpeta encima de la mesa haciendo el mayor ruido posible. Más de uno se sobresaltó ante el golpetazo que sonó. Al fin, el padrino, habló:

   —Bien. Empezaremos la reunión tomando nota de los asistentes, aunque ya sé que han asistido todos los solicitados. Gracias por ello. Por favor, vayan levantándose según les vaya nombrando. No se preocupen, sólo es una acción rutinaria. —Comenzó a leer el papel con la lista. No necesitaba gafas para ello— Thomas Harvey, —el aludido se levantó un instante y el resto le imitó a medida que eran nombrados— Ignatius Railway, Borgia Calitri, Martin Michael, Rufus Case, Roger Boudembourg, Franchessco Pirelli, Brian O’Sullivan, Arthur Ellroy, Tanner Millers, —levanté el brazo ya que ya estaba de pie— Ludwig Hinkel, Desmond Martin, Sean McAston, Nicholas Dubois, James Ford, Lukas Corrigan, Trent Ashley, John Ditter, David Calosso y Brad Honey.

   Todos ellos estaban vestidos de “uniforme”, expectantes y atentos a todos y cada uno de los movimientos y gestos que efectuaba el padrino. Pasados todos lista como si fuéramos estudiantes, ahora era cuando la cosa se ponía tensa y emocionante, aunque no para bien, y ahora era cuando comenzaban los fuegos artificiales.

   El padrino no era desconocido por nadie (si no, qué poco sentido de Familia habría) pero ahora todo el mundo le veían como un extraño del cual dependíamos todos.

   —Bien, caballeros, pónganse cómodos…—me separé de Arthur y me apoyé en la pared, justo al lado de una enorme ventana tapada con una de esas cortinillas de tiras de chapilla azul oscuro. No se podía ver la calle porque las tiras estaban cerradas. El padrino continuó hablando. Su voz no era áspera, ni se le notaba ningún nerviosismo. —Pónganse cómodos porque lo que voy a tratar en esta importantísima reunión es primordial para toda la Familia, y por tanto, para todos nosotros. Pero antes —cambió de tono de voz —quiero tratar otro tema primordial que afecta a la Familia. Esta noche ha sido violado el principio del respeto y la confianza de nuestra Familia. —colocó la palma de la mano derecha sobre el pañuelo blanco de encima de la mesa. La otra mano la metió en el bolsillo. Arthur hizo como que prestaba más atención. Su piel blanca cogió color durante un segundo. Yo ya sabía qué había debajo de ese pañuelo. Estaba seguro. —Mi camarada, Ellroy, ha sido atacado miserablemente por uno de los ocupantes del hotel. Y les aseguro que no se trata de nadie del servicio, no. Tampoco se trata de ninguno de mis… guardias —hizo un énfasis en esa palabra. —. Lo sé porque ninguno de ellos usa una Walther PPK. Uno de ustedes ha sido quien le ha atacado. —esperó nuestra reacción. Luego prosiguió —Es imposible que haya sido él mismo. Sería absurdo. A menos que supiera que no sospecharíamos de él aunque lo hiciera. Pero entonces nosotros podríamos pensar que él haría eso y por tanto no lo haría. Pero él podría pensar que nosotros pensaríamos que él podría pensar que no lo haría, y por eso lo podría hacer y nosotros pensando que no lo haría. —todos nos miramos entre nosotros al escuchar el retorcido y poco coherente pero lógico discurso. Prosiguió. —Conozco a Arthur Ellroy lo suficiente como para saber que sería demasiado inteligente para plantear un dilema tan absurdo como ese. Pero ahora no nos dispersemos. —Desenvolvió lo que había oculto bajo el pañuelo y descubrió la pequeña Walther plateada. Tenía una abolladura pequeña en la empuñadura. El padrino la sopesó haciéndola botar encima de su manaza llena de arrugas. —Es una buena arma. Lástima que ahora no funcione, ya que no encaja el cargador como debería —lo demostró intentando desencajar el cargador de la empuñadura, pero en vano— Un certero disparo de nuestro camarada Millers pudo evitar el atentado. —mostró la abolladura del arma al resto mientras me aplaudían. Yo me ruboricé. Brian O’ Sullivan era el único que no aplaudía. Antes bien, crujió lo nudillos. El padrino observó el arma con detenimiento. Todos callaron cuando empezó a hablar. —Da la casualidad de que sólo una persona que conozca usa esta arma: modelo Walther PPK, ligera y eficaz, aunque posiblemente desaprovechada. Sólo el gobierno usa esta arma. El gobierno y… —todos nos tensamos. Se descubriría quién era el causante del atentado. Pero… ¿Y si no lo era y disparaba a otro? La vida de nosotros estaba a una palabra del padrino. ¿Y si se había creído que en verdad Arthur había ideado el engaño del atentado? No podría soportarlo. Estaba dispuesto a interponerme. Aunque pareciera impropio de mí, le quería lo suficiente. Tensé los músculos de las piernas desde mi ventana preparado para el salto. Arthur parecía tener la misma idea. Tal vez había metido demasiado el hocico en el asunto. Noté que casi clavaba las uñas en el borde del sillón. Estaba muy tenso. El padrino acabó la frase ante la espera de todos. —Brian O’ Sullivan. —el aludido tuvo el valor de salir corriendo. Dos disparos demasiado potentes me hicieron cerrar los ojos hacia otro lado. Cuando los abrí me horroricé ante la escena, pero me mantuve sereno. Un charco de sangre pringaba el suelo de mármol azul, dejando un leve resplandor morado en el pegajoso líquido. Brian O’ Sullivan yacía en el suelo, inerte, con la mirada de terror bloqueada en sus ojos, que miraban vacíos directamente hacia mí. Eso me hizo sentir culpable, ya que yo, en parte, había sido el causante de este hecho. Eso era lo que más detestaba de la Familia. Todo se resolvía con una palabra llena de sangre.

   Arthur me dirigió una mirada de gravedad. Me hizo una seña de que no me preocupara. Suponía que eso debería de ser así. Lo dejé estar.

   Noté que un hilillo de sangre caía desde mi nariz. Lo solucioné con un pañuelo de tela que tenía en el bolsillo interior.

   El padrino intentó excusarse, sin éxito para mí, del terrible acto que acabábamos de presenciar. A veces resultaba duro ver la muerte de tu propio enemigo. Cuando se queda uno a pensarlo saca conclusiones espeluznantes sobre la muerte. La muerte es como un vacío. Imaginarse que con un simple disparo o con una simple decisión de alguien, pueda acabarse la vida. Piensas en la muerte y de repente tu mente se queda negra. Imaginarse la nada, pero la nada de verdad. Se acaba y se acaba. Punto. Hay nada al otro lado. Vives y de repente ya no. Es impresionante. Es fascinante. Es horrible. Pensar en nada. Vivir en nada.

   —Lamento mucho que hayan tenido que presenciar este lamentable suceso. Pero así son las cosas. A veces hay que cumplir ciertas normas que no convienen desacatar o ignorar. —guardó un desproporcionado revólver que humeaba en un cajón oculto a la vista debajo de la mesa.

   Nadie se atrevía a mirar a nadie. Sólo estábamos atentos a los movimientos del padrino, como si fuera nuestro führer, “él manda, nosotros obedecemos”. El padrino se sentó en su trono y encendió una pipa que se sacó del bolsillo. Todos nos embriagamos al olisquear el humeante ambiente que se creó en un segundo.

   —Caballeros. Les he convocado aquí para comunicarles un asunto personal, aunque les influya directamente a ustedes. Verán… fundé esta Familia allá por el 49. Son ya muchos los años y las penurias que he pasado a lo largo de ese tiempo. Pero nunca me arrepentiré de ello. Jamás. Esta Familia es más familia mía que mi propia familia. Bueno… ahora no les quiero aburrir expresándoles mis desgastados sentimientos. —se rió sin ganas— Les comunico que llevo bastante tiempo planteándome un problema que tarde o temprano tendría que revelar. Me di cuenta de que me empezaba a hacer viejo. Ya no soy lo que era en mis tiempos de gloria. Eso es agua muy pasada.

   »El caso es que me preocupaba la idea de, algún día, tuviera que dejar la Familia por motivos de vejez. Creo que ese día ya ha llegado. Sí, señores. Dejo la Familia —todos abrimos los ojos, incrédulos. —Lo siento, pero creo que ya he dado lo suficiente por esta Familia. Me gustaría asentarme de una vez y disfrutar de lo que me queda. —Sus ojos cogieron un brillo soñador —Pero no crean que pienso dejar esto así por las buenas, tal y como quede… ¡No!— cogió un tono potente que hasta parecía enojado. —No pienso dejar a la Familia a su suerte. Pienso en un heredero, alguien que me suceda, alguien que se merezca este puesto, alguien que sea digno de él. ¡Por eso precisamente les he convocado, caray! —hablaba como si todavía no nos hubiéramos dado cuenta qué narices nos estaba contando. —Necesito… necesitan —corrigió— un padrino adecuado. Y uno de ustedes gozará del privilegio de serlo. Sus futuros se encuentran en esta sala de la sexta planta del Hotel Kimera. —hizo una pausa larga en la que todos nos estuvimos mirando, impacientes e intrigados. Yo seguía apoyado contra la pared, atento a todo movimiento, apretándome la nariz sangrante con el pañuelo. El padrino nos mantenía sobrecogidos. Nadie decía nada. Dudaba que alguien respirara. El padrino llegaba a ser como Adolf Hitler antes de empezar a plantear su discurso. Mantenía a la muchedumbre atenta durante horas hasta que empezaba a hablar.

   Ante la expectación de todos, el padrino se levantó y mientras se rascaba el mentón con una mano mientras mantenía la otra en el bolsillo, habló de forma pausada, como quien no quiere la cosa:

   —Sepan… que sus vehículos han sido retirados de su aparcamiento para ser llevados a otro lugar y que sus armas iban en el lote.

   Todos pegamos un bote en nuestras sillas. Definitivamente yo empezaba a marearme y a ver borroso. Un sentimiento pesado en el estómago me obligó a mirar por la ventana cuando Arthur se volvió hacia mí y me miró esperando una respuesta. Yo separé dos de las tiras de la cortina con dos de mis dedos y miré al aparcamiento, seis pisos más abajo. Comencé a sangrar por la nariz, esta vez a chorro, por la preocupación, que intenté ocultar otra vez con el pañuelo de mi bolsillo. Miré a Arthur y vi que se quedaba más pálido aún de lo que ya estaba. ¡Sí, los coches han desaparecido! ¡Todos! No quedaba ni uno. Tampoco habríamos debido ser tan considerados al entregar nuestras armas. Analicé nuestra situación desesperada en un segundo. Sólo habían dos armas en aquella sala: una que no funcionaba y otra que estaba bajo la custodia del padrino.

   —No se alarmen, caballeros, y escuchen con atención. La situación es sencilla —se apoyó sobre las dos manos sobre la mesa sin sentarse —. Dejo mi puesto de padrino al mejor de todos. Sepan que han estado a prueba durante toda su estancia en este lugar. He puesto cámaras en cada rincón y me alegra que hayan sabido actuar frente a ellas. Se dieron cuenta de ello. Me encuentro muy satisfecho ante eso. Luego, puse veneno en todas las bebidas que se sirvieron. Estoy asombrado de que todos hayan superado esa prueba. Desconozco quién ha sido capaz de fabricar un contraveneno tan eficaz. Y eso ocultándolo a las cámaras. Caballeros, estoy impresionado. —Yo no sabía si me daban ganas de reír o de clavarle una barra de hierro oxidada entre ceja y ceja. Consideraba a esto un juego. Un juego para él. Me crujieron los nudillos cuando los apreté en un puño. Podría explotar, pero seguí escuchándole. —Me ha impresionado lo eficaces que son ustedes en grupo: la eficacia de Millers, la inteligencia de Ellroy, el conocimiento de Pirelli… Todos en conjunto son unas mentes brillantes. Pero yo me pregunto… —esperó nuestra reacción— ¿cómo son ustedes por separado? —no pude evitar levantar una ceja. Me empezaba a preocupar de verdad. Desconocía qué podía pasar por la mente de aquel docto hombre. Desconocía lo retorcido que podría llegar a ser. —Escuchen con atención. Les voy a someter a la prueba final. La prueba decisiva. En ella se averiguará quién será el nuevo padrino y dirigente de esta Familia. —Esperó— Por favor, no me tomen como a un tirano. Les aseguro que no lo haría si no fuera necesario. Verán. Es muy fácil. Se puede resumir en breves condiciones: Sin normas. El primero que abandone Nevada será el ganador.

   »Claro está que la cosa no será fácil. He contratado a esos “caballeros” de ahí afuera para que cumplan una misión: no dejar supervivientes. —todo el mundo montó en cólera. Algunos se levantaron del asiento para abalanzarse al cuello del padrino, aunque éste fuera my respetado por todos. Pero antes de que ocurriera nada, los matones del padrino irrumpieron en la sala y dominaron a los sublevados. El padrino ni se inmutó, pero alzó el tono de voz a casi colérico— Tienen media hora para prepararse. La cacería comenzará partiendo desde el restaurante. Irán por grupos. El primero saldrá media hora antes que el segundo. Luego sus vidas dependen de ustedes: quedarse y reducir las probabilidades de vivir a cero o huir de Nevada, sobrevivir y convertirse en padrino. Ustedes deciden. El que salga de Nevada deberá reunirse conmigo en el Motel Carson Ville, a veinte kilómetros del condado por la interestatal 48. —con la mirada clavada en Arthur, salió a paso ligero de la sala. Todos nos mirábamos furiosos. Todos pensábamos lo mismo respecto al hombre que acababa de salir con ridícula elegancia. Ahora sí que era un extraño para todos.

   Fuimos traicionados por nuestro propio mesías, aunque de “mesías”, poco y de traición, todo. Con que no lo haría si no fuera necesario… Que yo supiera, no le veía necesidad a morir.

   Ser padrino de una mafia ahora no era para nosotros reclamo si lo comparábamos con la idea de perecer en el intento, pero como decía el padrino; quedarse y morir o huir, vivir y convertirse en el dirigente de la Familia más fuerte de todas. Yo no miraba más allá de lo que veía; quedarse y morir o huir y muy posiblemente morir. Ninguna de las dos ideas me entusiasmaba. Yo no quería ya ser padrino de nada. No cuando habían vidas de por medio. Bien sabía que el resto ni se dignarían a ir a por el “trofeo” (sobrevivir a la muerte y convertirse en el tipo que ahora más odiábamos). La mayoría huiría sin más. Era un riesgo innecesario. Una carrera absurda.


   Yo ya había tomado una decisión incluso antes de salir de aquella sala en la que se había tornado nuestro nefasto destino. Yo no sería uno de los que huiría ni dejaría que el riesgo de morir fuera en vano. No. Si sobreviviera, iría a ver al padrino, pero no para reclamar el trofeo, sino para acabar definitivamente con lo que él no valoraba en nosotros, pero que apreciaba en sí mismo: su vida.