Sigo sin ser capaz de procesar. Nada saldrá de aquí. Lo guardaré todo en mi sótano húmedo y oscuro. Cerraré la puerta y, esta vez, tiraré la llave. Lejos de mí, con la esperanza de que un día alguien la encuentre y pueda abrirla. Sin miedos. Sin temores.
Una enorme jarra de cerveza, chorreando espuma. Que refesca en el momento, se saborea después, y se abandona a la hora de pagar. Y queda sola, encima de la barra, como si no hubiera pasado nada. Sólo que ahora la cerveza está vacía.
Nunca aprenderé, que no se puede ir por la vida tomando cervezas. Nunca habrán de beber de la mía.
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