miércoles, 12 de febrero de 2014

ENTRE EL FUEGO DE METRALLA

   Un día nos viene la inspiración y, sin casi darnos cuenta, nuestra vida la empezamos a vivir en fotogramas por segundo. Un beso se nos proyecta a cámara lenta. Cuando estamos al lado de esa persona que tanto nos gusta no nos damos cuenta de que el rollo de película ya ha terminado. A nuestros amigos son primeros planos, nuestros enemigos apenas uno general rapidito, mas a nuestros amores les queremos en un primerísimo primer plano o incluso, dependiendo del contexto, en muchos y lentos planos detalle. Cuando tenemos miedo y nuestra vida se tambalea, tratamos de compensarlo con un bonito aberrante, tal vez en blanco y negro cuando estamos tristes. Los recuerdos más cálidos siempre fueron en sepia, y las clases siempre quisimos que fueran a ochocientos fotogramas por segundo... pero luego nos dábamos cuenta de que no subían de veinticuatro. Recuerdo aquellos campamentos en "Steady". Recuerdo aquellos "travelling" a lo largo de los pasillos de la universidad. Aquellos besos en "slow motion". Aquellos guiones demasiado largos que siempre tenían finales alternativos...

   Y un día... ¡puff! No te das ni cuenta de que no puedes salir de ese mundo. Que la ciudad me da el escenario. Que el sol es suficiente para la iluminación. Que el viento me da la banda sonora de fondo. Y que la cámara me aporta el punto de vista... Y que yo... sólo le doy a grabar.
   Y grabo, y recuerdo, y nunca dejo nada. Cada imagen quema mi retina, una vez tras otra. Algunas veces a veinticuatro fotogramas por segundo. A dieciocho cuando estoy cansado. Lo más dramático lo recuerdo en formato académico y lo que quiero olvidar, me basta con un PAL estándar. Todo queda en mi cabeza. Un rollo de película que, probablemente, no se proyecte nunca... Porque hay planos que me guardo para mí. Sólo lo que muestro es una ínfima parte de la belleza que hay en todo mi celuloide.

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